El Fondo Monetario Internacional ha deslizado en su informe “La
estabilidad financiera global”, recién publicado, un capítulo delirante
en el que analiza la sostenibilidad de las pensiones públicas o, más
concretamente, el riesgo financiero que supone el incremento de la
longevidad en el mundo. El texto en un ejemplo de lo peligrosos que
pueden resultar los técnicos unidireccionales, incapaces de ver su
disciplina en el marco contextual.
Sintéticamente, los expertos de este organismo, autores de la tesis, denuncian, en tono sombrío, un error de los demógrafos que en los últimos tiempos habrían equivocado sus previsiones sobre la longevidad media de los seres humanos, que sería ya unos tres años mayor que lo previsto. Y en lugar de alegrarse por ello, en vez de mostrar satisfacción por el hecho de que vivamos cada vez más tiempo, como parecería natural, fruncen el ceño, esgrimen la calculadora y avisan de que “si en 2050 la duración media de la vida aumentase tres años, el coste del envejecimiento de la población, ya de por sí elevado, aumentaría en 50 puntos de PIB en los países avanzados y en un 25% en las economías emergentes”. En definitiva, sobrevendría la catástrofe.
Lo que debemos desear quienes aspiramos a la longevidad es que en 2050 ya no hayan de existir organismos macabros y parasitarios como el FMI. Ello proporcionará a las siguientes generaciones, con toda seguridad, una vida más relejada, saludable y feliz.
Antonio Papell
Es articulista, especializado en análisis político. Publica en “El Economista”, Vocento, “El Periódico de Cataluña” y otros medios. Participa en tertulias de radio y tv. Acaba de publicar “Zapatero 2004-2008. La legislatura de la crispación” [Akal, Madrid].
Sintéticamente, los expertos de este organismo, autores de la tesis, denuncian, en tono sombrío, un error de los demógrafos que en los últimos tiempos habrían equivocado sus previsiones sobre la longevidad media de los seres humanos, que sería ya unos tres años mayor que lo previsto. Y en lugar de alegrarse por ello, en vez de mostrar satisfacción por el hecho de que vivamos cada vez más tiempo, como parecería natural, fruncen el ceño, esgrimen la calculadora y avisan de que “si en 2050 la duración media de la vida aumentase tres años, el coste del envejecimiento de la población, ya de por sí elevado, aumentaría en 50 puntos de PIB en los países avanzados y en un 25% en las economías emergentes”. En definitiva, sobrevendría la catástrofe.
Lo que debemos desear quienes aspiramos a la longevidad es que en 2050 ya no hayan de existir organismos macabros y parasitarios como el FMI. Ello proporcionará a las siguientes generaciones, con toda seguridad, una vida más relejada, saludable y feliz.
Antonio Papell
Es articulista, especializado en análisis político. Publica en “El Economista”, Vocento, “El Periódico de Cataluña” y otros medios. Participa en tertulias de radio y tv. Acaba de publicar “Zapatero 2004-2008. La legislatura de la crispación” [Akal, Madrid].
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