Ir
a la escuela hoy es como entrar al túnel del tiempo. Los alumnos entran
al siglo XX en la mañana para regresar a su hábitat del siglo XXI al
terminar el horario escolar. Un viaje al pasado sin proyección al
presente y mucho menos al futuro. Profesores siglo XX dando clases siglo
XIX con equipos audiovisuales e informáticos siglo XXI, que sirven de
cosméticos publicitarios más que de soporte para una educación de
avanzada. Confunden el aprendizaje siglo XXI con el uso de la tecnología
siglo XXI, sin entender que de lo que se trata es de una nueva manera
de educar a las personas. Asumen una audiencia de alumnos de un tipo que
ya no existe para prepararlos para un mundo y mercado que ya no
existen.
Es difícil formar alumnos sin una idea clara del resultado esperado: personas capaces de trabajar con sus mentes más que con rutinas o trabajo manual. Poco ayuda el contexto de una industria masiva de preparación para aprobar tests estandarizados con demandas de memorización disfuncional a la comprensión.
Es curioso observar cómo tantas instituciones educativas reputadas como vanguardistas no se atreven a innovar. Se aferran a lo conocido, a los valores del siglo XX, a la segmentación curricular por disciplinas, al horario de 45' por clase para luego "cambiar de canal" (otro profesor, libro, cuaderno, tema, evaluación), a la enseñanza lineal (siguiendo estrictamente un syllabus prestablecido sin tomar en cuenta las propuestas que motivan a los alumnos). Eso no conduce a la buena formación del ciudadano y profesional del siglo XXI.
La educación siglo XXI debería formar futuros ciudadanos con habilidades críticas para funcionar en la sociedad y en el mercado laboral global con creatividad, colaboración, pensamiento crítico y capacidad de comunicación. Para ello hay que usar metodologías relevantes. Es decir, trabajar con redes sociales, tecnologías móviles, computación digital y además involucrar a los alumnos en técnicas de instrucción que faciliten el aprendizaje vía discusiones en molino y grupos colaborativos. En otras palabras, necesitamos poner a los alumnos en el centro del aprendizaje y permitirles que le encuentren sentido a sus experiencias.
Es difícil formar alumnos sin una idea clara del resultado esperado: personas capaces de trabajar con sus mentes más que con rutinas o trabajo manual. Poco ayuda el contexto de una industria masiva de preparación para aprobar tests estandarizados con demandas de memorización disfuncional a la comprensión.
Es curioso observar cómo tantas instituciones educativas reputadas como vanguardistas no se atreven a innovar. Se aferran a lo conocido, a los valores del siglo XX, a la segmentación curricular por disciplinas, al horario de 45' por clase para luego "cambiar de canal" (otro profesor, libro, cuaderno, tema, evaluación), a la enseñanza lineal (siguiendo estrictamente un syllabus prestablecido sin tomar en cuenta las propuestas que motivan a los alumnos). Eso no conduce a la buena formación del ciudadano y profesional del siglo XXI.
La educación siglo XXI debería formar futuros ciudadanos con habilidades críticas para funcionar en la sociedad y en el mercado laboral global con creatividad, colaboración, pensamiento crítico y capacidad de comunicación. Para ello hay que usar metodologías relevantes. Es decir, trabajar con redes sociales, tecnologías móviles, computación digital y además involucrar a los alumnos en técnicas de instrucción que faciliten el aprendizaje vía discusiones en molino y grupos colaborativos. En otras palabras, necesitamos poner a los alumnos en el centro del aprendizaje y permitirles que le encuentren sentido a sus experiencias.
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